Antes de casarme, mi marido ya tenía unos gatitos con él. Entre ellos estaba Perla, una gata especialmente compleja (podéis verla en toda su majestuasidad, con sus lindos ojos violeta a lo Liz Taylor).
El caso es que Perlita parece albergar en su interior un verdadero problema: el miedo. Y no es que diga que es miedosa, no, más bien podría decirse que es el pánico en todo su mayor espectro. Si alguien tiene la ocurrencia de estornudar en su presencia, la gata sale disparada buscando refugio; si, sencillamente, la persona que se encuentre junto a ella emite un ligero suspiro, pega un salto y desaparece sin apenas dejar rastro. En fin, no sabemos a qué se debe todo este miedo acumulado que tiene la pobre, pero el hecho es que lo tiene.
Además, gracias a ese caracter suyo tan retraído, el caso es que era mi tormento. Pero un día todo cambió. Aquél día me senté a hacer mi tiempo de meditación, con la consiguiente estampida de nuestra Perlita. Y es que, como le gusta estar en el sofá donde yo suelo sentarme (o tumbarme llegado el caso) para ponerme a meditar, cuando veía que me colocaba en posición de usurparle el sitio, antes de yo decir ni mú, ella se volatilizaba en un santiamén.
Pero, como digo, todo cambió un día. Viendo cómo se iba, decidí comprobar los efectos de la meditación. Me dije a mí misma: "Vamos a ver si es cierto el poder de la meditación". Y allí que me puse a meditar y a pensar en la pobre Perlita, en que se diera cuenta de que no pretendíamos dañarla de ninguna manera, que se hiciera consciente de nuestros buenos deseos para ella. El caso es que un clima debió crearse; un clima de enorme paz y de reclamo hacia ella. No se trataba de obligarla, ni mucho menos, sino de ayudarla a comprender que no había peligro.
Milagrosamente, la gatita se volvió sobre sus pasos, se subió al sofá y se puso sobre mis rodillas.
Desde ese día, cada vez que me siento a meditar o leer, Perlita se acerca a mí; se coloca delante de mis piernas y me mira esperando que yo haga la señal mágica: un golpecito en el sofá. Entonces, con una rapidez y una alegría extraordinaria, se sube al sofá y se coloca sobre mis piernas.
¿A que va a ser cierto esto de la meditación? ¡Yo ya lo sé! El poder de atracción del amor surge cuando no hay barreras que lo obstaculicen. Y agradezco tanto y tanto haberlo podido comprobar que necesitaba compartirlo.
Desde ese día, me gusta ver la sonrisa y la mirada de mi marido cuando detiene por un momento las tareas a las que esté dedicado y contempla esta hermosa experiencia. Y entonces nuestro mundo se inunda aún más de una mayor ternura si cabe.