Interior Imagenes

COSAS DE LA VIDA


Sobre la cama, el vestido,

de raso aderezado de encajes de Bruselas

y zapatos exclusivos de Manolo Blahnik.

Reluciente baccarat, de exclusivo corte,

exhibían sobre una cómoda del más rojizo nogal,

una secuencia de joyas,

perlas legítimas y diamantes engarzados en platino

y perfumes de París.

Lunas del mejor espejo repetían su figura.

Una lacaya temerosa,

aguardaba timorata,

para obedecer a la diosa de carne

que ante el espejo desnuda se miraba.

Su cara era un misterio,

su boca un apretado rictus

su mirada se diría,

que era del mismo cristal,

que su alcoba iluminaba

y de sus ojos brillantes,

iban cayendo dos gotas que cualquiera dudaría

ante opulencia tan grande,

que a ella pertenecían.

En el salón aguardaba el triste protagonista del poder,

el que se lo daba todo,

y ella sin importarle en lo que haría de su vida,

cambió amor por riqueza.

Ella se aferró a su brazo,

como quien se está agarrando a un palo,

su peineta incrustada de brillantes,

su mantilla exclusiva obra de arte.

En la calle le esperaba un coche de fina marca,

tan exclusivo, que hasta su nombre llevaba empotrado.

Era un domingo de Ramos y ambos,

buscaban impresionar.

Se bajaron en la plaza, tenían razón,

cada uno de ellos,

materialmente valdría una fortuna.

Per también en la plaza una pareja sencilla,

El vestido simplemente,

ella, con un vestidito negro,

que sin duda en alguna rebaja había comprado,

nada en ellos era espectacular.

Miento! Si lo era,

Sus ojos, los de él, reflejaban tanto amor,

que nada mas en el mundo parecía existir.

Los ojos de ella, embebidos en esos otros,

que mas que mirarla, parecían poseerla.

De pronto, la mujer rica los miró

y al hacerlo, los colores de su cara

cambiaron por palidez, sus ojos parpadeaban

como negándose lo evidente,

Al fin tuvo la valentía de sostener la mirada,

Era su novio, aquél que abandonó por ser pobre,

ahora estaba casado y enamorado.

En un instante miró a ambos,

el rico ajeno a la historia,

no sabía que pensar,

y ella, pálida de espanto

al suelo iba cayendo,

Con los ojos fijos en quien había abandonado.

Él piadoso, miraba compadecido

a la mujer que desde la tierra,

parecía suplicar algo

y fría y pálida, moría.

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